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El misterio de los siglos
Mas
El Pensador
carecía de
base
para sus pensamientos.
Su raciocinio no tenía sobre qué fundamentarse. Sus conjetu–
ras carecían de un fundamento firme.
La
mente humana no está facultada para fabricar verda–
des sin una base para esas verdades.
Aun así, parece que no muchas personas se dedican a
pensar.
La mayoría acepta a la ligera todo lo que le
han
inculcado desde su niñez. Y al llegar a la edad madura acepta
lo que ha oído, leído y aprendido repetidas veces.
La
gente
sigue aceptando, generalmente sin dudar, lo que creen sus
semejantes. La mayoría de las personas han creído lo que
oyen
sin verificarlo
ni comprobarlo. Sin embargo, están más
que dispuestas a defender sus convicciones acaloradamente.
Es propio del hombre seguir la corriente, imitar a los demás,
creer y hacer lo que creen y hacen sus semejantes.
Además, la mayoría de las personas se niegan obstinada–
mente a aceptar lo que no están dispuestas a creer. Hay un
viejo dicho muy certero: "No hay nadie más ciego que el que
no quiere ver".
Yo era igual. Por mi propia cuenta y voluntad jamás
hubiera descubierto estas
GRANDES VERDADES.
Tampoco el
profeta Moisés hubiera descubierto las verdades que consignó
por escrito: los cinco primeros libros de la Biblia. Fue nece–
sario que mediara un acto milagroso de Dios, en el incidente
de la zarza ardiendo, para abrir su mente y revelarle las cosas
de Dios. Moisés no buscó a Dios, sino que Dios lo llamó y lo
"reclutó". Aun oyendo la voz de Dios mismo, Moisés protestó.
Pero el mandato de Dios era irresistible, y Moisés acabó por
ceder.
El apóstol Pablo, siglos más tarde, también estaba lejos
de poder conocer o revelar las
VERDADES
de Dios por su
propia voluntad. Por el contrario, se la pasaba "respirando
aun amenazas y muerte contra los discípulos del Señor"
(Hechos 9:1). Pero el Jesús viviente lo derribó, lo cegó, le hizo
entender y le dio el conocimiento de Dios; y además, le hizo
saber lo que Él quería que hiciese. Cristo en persona le reveló
muchas de las
VERDADES
que usted leerá aquí.
Ahora bien, ¿cómo llegué yo a entender la preciosa
VERDAD
de Dios? Ciertamente no fue por mi propia cuenta,
ni porque yo la haya buscado, ni porque tuviera virtudes