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Fue Dios, no Moisés, quien dio la ley
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relámpagos eran tan intensos que tuve que taparme los ojos.
Los truenos retumbaban más fuertes y más penetrantes que
todo lo que yo jamás hubiera oído. Emprendí la huida
alejándome de aquella tempestad tan rápido como podía. Fue
el espectáculo más aterrador y estremecedor que había
presenciado. ¡Fue como una muestra de la
MAGNITUD
del
FUROR
del Dios Todopoderoso!
Entonces sólo pensé en una cosa: en aquella ocasión
cuando Dios, con voz más potente que el trueno, pronunció
desde el monte Sinaí
SU GRAN LEY ESPIRITUAL.
Pensé que lo
que vi y oí debió haber sido suave en comparación. Me hizo
entender que lo ocurrido a la vista del pueblo de Israel fue
una experiencia que desafía el poder de la imaginación.
Imaginemos aquellos millones de personas como un mar
humano sobre el desierto. Y luego, ¡aterradores relámpagos
que cegaban y estruendosos truenos que parecían hender el
espacio y romper el tímpano! Y en medio de este formidable
despliegue cegador y ensordecedor estuvo
DIOS MISMO,
dispuesto a hacer tronar su
GRAN LEY
para que la escuchara
aquella enorme muchedumbre.
¡Con razón todos, el pueblo entero, se atemorizaron y
pidieron a Moisés que se pusiera entre Dios y ellos!
En medio de esta enorme manifestación del
PODER
y la
GLORIA
de Dios, "Moisés sacó ... al pueblo para recibir a Dios;
y se detuvieron al pie del monte. Todo el monte Sinaí
humeaba, porque el Eterno había descendido sobre él en
fuego ... y todo el monte se estremecía en gran manera"
(versículos 17-18).
¡Qué escenario para el recibimiento de la ley de Dios!
¡No era una ocasión común y corriente! Dios deseaba que
la
TRASCENDENTAL IMPORTANCIA
de esta ley, de
SU MANERA
PERFECTA DE VIVIR,
quedara permanente e indeleblemente
grabada en la conciencia de su pueblo!
¡Pensemos en ello! Toda una nación, ¡millones de seres
reunidos en una multitudinaria e histórica asamblea! ¡DIOs
MISMO
habló en medio del
FUEGO,
los
RELÁMPAGOS
y los
TRUENOS
ensordecedores, y una grandiosa voz sobrenatural
que no requería micrófono ni altoparlantes para ser escuchada
por aquella muchedumbre!
Aquello no era una multitud de cincuenta o cien mil