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EL NOVENO MANDAMIENTO
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opinión sobre muchos asuntos, todos debemos aprender a
vivir
y
a
hablar
VERAZMENTE.
Sin embargo, la sociedad en que vivimos está cada vez más
empapada de falsedad, hipocresía y auto-engaño en muy variadas
formas. Si alguna vez hemos de formar el carácter de Dios - y
heredar vida eterna - tenemos que considerar el
noveno manda–
miento
en cada una de sus ramificaciones - e imponernos la
OBEDIENCIA
al mismo.
El peligro del falso testimonio
El noveno mandamiento
protege
a todo hombre decente y
recto porque le ayuda a resguardar su
reputación.
Quizás no hay
pecado más despreciable que el de la
calumnia,
la mentira inven–
tada y divulgada con la intención de dañar al prójimo.
El ladrón se apropia artículos de orden material que pueden
ser repuestos, pero el testigo falso que calumnia puede robarle a
uno la estimación y el prestigio que le dispensan sus semejantes–
y lo más probable es que le sea muy dificil vindicarse del todo.
El hombre, por su naturaleza agresiva, se hace más culpable
que la mujer en incontables actos exteriores de pecado. Pero uno
de los más comunes y degradantes pecados entre las mujeres es el
de propalar
chismes
y
calumnias.
¿Cuántas vidas, hogares y carre–
ras se han arruinado a causa de tan abominable costumbre?
¡Quién puede saberlo!
El apóstol Santiago fue inspirado por Dios para amonestarnos
respecto al descomedido uso de la lengua, con estas palabras: "La
lengua es un fuego, un mundo de maldad. Así la lengua está puesta
entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la
rueda de nuestro nacimiento, y ella misma es inflamada del
infierno" (Santiago 3:6).
La primera y básica aplicación del mandamiento es contra el
falso testimonio en los tribunales de justicia. A esto le llamamos
perjurio.
Es una ofensa criminal y muy justamente así clasificada,
porque la justicia debe basarse en la
verdad.
Con todo, aun esta básica aplicación del mandamiento acusa
con índice de fuego a
MILLARES
de hombres y mujeres de nuestra
sociedad que tienen el descaro de invocar el nombre de Dios para
dar testimonio. de sus abyectas mentiras y sus monstruosas distor–
siones de la verdad. El desfile de testigos falsos que abiertamente
se exhiben ante los comités investigadores de los cuerpos legislati-