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¿Dónde está la verdadera Iglesia?
mandamientos que ordenan honrar al padre y a la madre, que
prohíben el homicidio, el adulterio, la mentira, el hurto y la
codicia. Afirman también que estos nueve mandamientos siguen
vigentes en la era del Nuevo Testamento.
Pero hay un mandamiento que rechazan y rehúsan
obedecer: el que ordena honrar a Dios
SANTIFICANDO
su día de
reposo: el sábado. Dios mismo santificó ese día y nos ordena
que lo guardemos como día santo.
Cierta señora me dijo una vez que había oído decir que el
sábado era mi día, y esperaba que no fuese así. Le respondí:
-De ninguna manera. El sábado
NO ES
mi día. Mi día es
el domingo.
-¡Cuánto me alegro! -exclamó ella.
-Pero usted no me ha entendido -proseguí-. El
domingo es mi día; también lo son el lunes, el martes, el
miércoles, el jueves y el viernes. Pero el sábado no es
MI
día; es
el día de Dios.
Durante mi estudio profundo, intensivo y exhaustivo para
probar que el día de reposo cristiano era el domingo, no dejé
piedra sin mover. Examiné minuciosamente todo libro, artículo
y escrito que se opusiera al sábado y defendiera el domingo.
Examiné las enciclopedias religiosas; verifiqué cuidadosamente
las palabras originales en hebreo y griego. Leí comentarios
bíblicos y diccionarios. Repasé la historia.
El mandamiento de prueba
Todos los argumentos en contra del sábado de Dios y a
favor del domingo resultaron ser simples argumentos sin base
ni fundamento, argumentos obviamente errados y frecuente–
mente de mala fe.
El estudio de la historia me enseñó que durante los tres
primeros siglos de la Iglesia surgieron controversias acalora–
das, y aun violentas, respecto de este tema, directa o
indirectamente. Hubo la histórica controversia cuartodecima–
na entre los estudiantes del apóstol Juan y sus contrarios
respecto de la Pascua contra el Domingo de Resurrección. El
emperador romano Constantino, queriendo preservar la
unidad en el Imperio Romano, convocó el Concilio de Nicea
en el año 325 n.c. en el cual pretendía resolver esta cuestión.
Luego, en el año 365 n.c., el Sínodo de Laodicea decretó uno