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La llave maestra de la profecía
las medidas correctivas se aplican para enderezar lo que está
mal, lo que a
nosotros
nos hace daño. Se aplican para que
dejemos esos caminos y sigamos los
CORRECTOS,
pues estos
últimos son los que producirán las bendiciones deseadas. Dios
castiga
a todos los hijos que Él
ama
(Hebreos 12:6).
Es preciso que entendamos también la naturaleza
humana. La naturaleza humana quiere
ser
buena; quiere
considerarse buena y que los demás también la consideren así.
Pero al mismo tiempo, quiere
obrar
mal. Quiere los buenos
resultados, pero pretende recibir el bien mientras siembra el
mal, y no parece entender que lo que siembra, eso mismo
segará. Es cuestión de
CAUSA Y EFECTO.
El castigo de Dios es un reflejo de su
AMOR.
Nos hace
cambiar para que no sigamos produciendo resultados malos
sino buenos. Dios está a punto de
DETENERNOS
para que no
traigamos unos males colosales sobre nosotros mismos. Dios
no se enoja porque le hagamos mal a Él, sino porque nos
hacemos mal a nosotros mismos, y Él nos ama.
El
castigo es corrección
Las profecías no se limitan a revelar la intensidad
multiplicada de un castigo que ya comienza a infligirse en los
Estados Unidos y la Gran Bretaña, sino que indican también
el resultado de ese castigo intensificado. El
resultado
será un
pueblo corregido, un pueblo que abrirá los ojos y comprenderá
lo que ha traído sobre sí mismo. El castigo supremo enseñará
al pueblo su lección. Quebrantará un espíritu rebelde,
levantará a los seres de la bajeza en que se hallan sumidos y les
enseñará el camino hacia una gloriosa paz, prosperidad,
felicidad y bienestar.
Más allá de las calamidades nacionales atroces que ya
están a punto de desatarse, se vislumbra una bendición
inconmensurablemente más grande que la primogenitura
material y nacional.
Hay que darse cuenta de que los bienes materiales no son
la
FUENTE
de la felicidad. Hemos conocido a muchos hombres
ricos, hombres cuyas cuentas bancarias estaban repletas pero
cuyas vidas estaban vacías. La prosperidad material es algo
deseable, ciertamente, pero no es lo que da la felicidad.
A fin de cuentas, la verdadera felicidad es algo
espiritual.