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El misterio de los siglos
Los dos árboles slmb611cos
En el espléndido huerto del Edén donde Dios los colocó,
había dos árboles simbólicos muy especiales. La gente oye
hablar muy poco de estos árboles y de su enorme importan–
cia, excepto por aquello de la "manzana de Adán". Lo más
probable es que el árbol prohibido ni siquiera fuese un man–
zano.
El verdadero significado de estos árboles simbólicos ex–
plica el fundamento mismo del mundo. En ellos está la
respuesta al gran misterio de nuestros días. Hoy vivimos en
un mundo de adelantos asombrosos, y al mismo tiempo de
males deplorables. La pregunta que desconcierta al hombre
hoy es: ¿Por qué las mentes que pudieron ir a la Luna y
volver, que pueden transplantar corazones, producir compu–
tadores y otras maravillas tecnológicas, no son capaces de
resolver sus propios problemas? ¿Por qué no hay paz en el
mundo?
No podremos entender el misterio de las condiciones y
los acontecimientos mundiales si no nos remontamos a la
fundación del mundo para saber qué curso ha seguido desde
su origen hasta el palpitante y confuso presente.
El mundo comenzó en la época de estos dos árboles. La
educación religiosa errada de nuestros días tiene muy poco
que decir sobre el árbol de la vida y casi nada sobre el árbol
prohibido. Pero veamos. Dios había creado un hombre del
polvo de la tierra. Ahora bien, Dios crea en etapas duales. El
hombre no estaba físicamente completo. Dios quería que se
multiplicara y llenara la tierra. Pero el hombre no podía
hacerlo porque físicamente estaba incompleto. Por lo tanto,
Dios lo hizo caer en un sueño profundo (anestesia) y realizó
una operación quirúrgica: Le sacó una costilla e hizo de ella
una mujer. Los dos formaron una familia. Ahora sí estaba
completa la creación física del hombre. La pareja podía
reproducirse según su especie.
Pero el hombre que Dios había creado era mortal. Su
existencia era temporal. Era algo fisioquímico, que se mante–
nía sólo por la circulación de la sangre oxigenada con el
aliento de vida y activada por el alimento y el agua de la
tierra. El hombre no tenía
VIDA
inherente, pero sí tenía un