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El misterio da los siglos
los demás, para que en el futuro milenio del reino de Dios
puedan gobernar y enseñar bajo el Rey de reyes, Jesucristo,
cuando el árbol de la vida sea accesible a toda carne.
La Iglesia fue llamada a fin de capacitarse como gober–
nantes y maestros para el reino de Dios cuando se renueve
el acceso al árbol de la vida. Mientras tanto, el Espíritu Santo
le ha sido negado a todo el mundo, salvo a los profetas y los
llamados de
la
verdadera Iglesia. El profeta Joel predijo algo
que sucederá después de terminados los 6.000 años del mundo
de Satanás: que Dios derramará su Espíritu sobre
toda
carne
(Joel 2:28).
Mientras tanto, para que se cumpliese el designio de Dios
era necesario dar el Espíritu Santo a los profetas y personas
llamadas especialmente para capacitarse como gobernantes y
maestros bajo Cristo cuando el gobierno de Dios se resta–
blezca en la tierra sobre todas
las
naciones.
En su llamamiento a
la
Iglesia, Jesús dijo claramente:
"Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le
trajere" (Juan 6:44). La Iglesia constituye sólo las "primicias"
de
la
salvación. Esta verdad se explicará más detalladamente
en el capítulo
VI.
¿Por qué el segundo Adén?
Repasemos: Aproximadamente 4.000 años después de
Adán, Dios envió a Jesucristo para que viviera una vida
perfecta, venciera a Satanás y se mostrara
apto
(lo que Adán
no hizo) para remplazar a Satanás como GOBERNANTE en el
trono de
la
tierra. Quienes logren, como Jesús, vencer a
Satanás, a su propio ser y al pecado (es decir, los "llamados"),
se sentarán
con Cristo
en su trono cuando Él venga a estable–
cer el REINO DE DIOS y a restaurar el GOBIERNO DE DIOS, que
el antiguo Lucero rechazó y dejó de administrar.
Los
poquísimos
llamados, comenzando con el "justo
Abel", han tenido que hacer
(y
seguirán haciendo hasta que
Cristo regrese) lo que Adán se negó a hacer: RECHAZAR EL
CAMINO DE SATANÁS, quien se rebeló contra el GOBIERNO DE
DIOS.
¿Quién es el cristiano
verdadero?
Sólo aquel que ha sido
y está siendo guiado por el Espíritu de Dios (Romanos 8:9,
11, 14). Y nadie puede recibir el Espíritu Santo 1) hasta que