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El misterio de los siglos
Luego, en el término de seis días Dios envió su Espíritu
y renovó la faz de la tierra para el hombre (Salmos 104:30).
Pero aún no se había "decorado la torta". Dios puso al
hombre aquí para que hiciera lo que los ángeles pecadores no
habían hecho.
Al hombre le correspondía acabar de embellecer la tierra.
Dios no es autor de confusión, fealdad ni descomposición,
sino de belleza, perfección y carácter, de lo mejor en calidad.
Veamos, por ejemplo, en el capítulo cuarto del Apocalip–
sis la descripción del cielo, sede del trono divino, donde Dios
vive, por así decirlo. Dios se sienta en un trono rodeado de
esplendor, calidad, belleza y carácter. Es algo más deslum–
brante, más gloriosamente hermoso de lo que hombre alguno
ha visto.
Dios quiso que el hombre trabajara la tierra, que la
mejorara y la embelleciera, que le diera un carácter glorioso.
Y al hacerlo, estaría formando en sí mismo "la hermosura de
la santidad" (1 Crónicas 16:29). Dios nunca dispuso que los
hombres vivieran rodeados de miseria, suciedad, fealdad y
pobreza. El hombre había de embellecer la tierra y al mismo
tiempo desarrollar su propio carácter. Su civilización había de
ser "un cielo en la tierra".
Lo que hizo el hombre
Pero ¿qué ha hecho el hombre en la tierra donde Dios lo
puso? Ha contaminado, desfigurado, afeado y profanado
cuanto ha tocado. Ha contaminado el aire; ha ensuciado el agua
de los ríos, lagos y mares. Ha deteriorado la tierra y talado los
bosques, alterando así el régimen de lluvias y ampliando los
desiertos. Ha agotado el suelo negándole su reposo cada siete
años. El hombre ha construido ciudades y ha dejado que se
degeneren hasta convertirse en tugurios y muladares.
Todo esto porque el primer hombre rechazó a Dios y le
dio la espalda, porque prefirió confiar en sí mismo ... cosa
que todos sus hijos han hecho desde entonces.
Así, se construyó una civilización humana bajo la in–
fluencia de Satanás. El hombre no sólo ha arruinado la tierra
que debía haber mejorado y embellecido, sino que ha arrui–
nado también su propia salud con sus malas costumbres y ha
degradado y pervertido su propio carácter espiritual. Ahora