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El misterio de los siglos
Dios lo sentenció a una vida de fugitivo errante.
Aunque la familia humana había rechazado a Dios y
había optado por confiar en sí misma tal como Satanás la
impulsó, la mente humana conservaba la capacidad de traba–
jar con la sustancia material. En pocas generaciones, un hijo
de Caín estaba fabricando arpas, órganos y otros instrumen–
tos musicales (Génesis 4:21), y otro fue artífice de bronce y
hierro.
El hombre estaba progresando en lo material, aunque
espiritualmente se alejaba más de Dios. Recordemos aquí que
"si el Eterno no edificare la casa, en vano trabajan los que
la edifican" (Salmos 127:1). Además, Mateo 7:24-27 nos dice
que una casa construida sobre cimientos malos tendrá que
caerse. La civilización tal como la conocemos no se construyó
sobre los fundamentos de Dios y su guía, sino sobre la
confianza del hombre en sí mismo y bajo el engaño y la
orientación de Satanás.
La Biblia habla poco del desarrollo del hombre antes de
Noé, pero transcurridos 1.500 ó 1.600 años había tanta mal–
dad en la civilización que solamente había un hombre justo:
Noé. Existía una explosión demográfica, pero la humanidad
había puesto los ojos siempre en el mal. Habiendo advertido
al mundo por 100 años mediante Noé, Dios envió el diluvio
para que destruyera a todos los seres vivientes excepto Noé,
su esposa, sus tres hijos y las esposas de éstos: ocho personas
en total.
Las proporciones de la maldad
Veamos hasta qué punto la humanidad, movida por
Satanás, se había ido en pos del mal. En Génesis 6:5 leemos:
"Y vio el Eterno que la maldad de los hombres era mucha en
la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón
de ellos era de continuo solamente el mal". La tierra estaba
llena de violencia. Los pensamientos,
las
reflexiones y los
planes del hombre tenían siempre objetivos malos, de codicia
y lascivia.
La violencia era tan universal que Dios se propuso aho–
rrarles más sufrimientos a los hombres y les quitó
la
vida
desdichada que llevaban mediante un diluvio universal, si
bien
habrían de resucitar, en el siguiente instante consciente