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El misterio de los siglos
mos hablando" (Hebreos 2:5). El tema que se está tratando
aquí es el "mundo venidero".
Hay un solo planeta Tierra, pero la Biblia habla de tres
mundos o siglos, es decir, tres eras o civilizaciones en la tierra:
el "mundo antiguo" (el antediluviano, que comprende desde
Adán hasta Noé), el "presente siglo malo" (desde el diluvio
hasta el regreso de Cristo) y el "mundo venidero" (que empezará
cuando Cristo venga y establezca el mundo de Dios).
Este versículo habla de los ángeles como si el mundo
hubiera estado sujeto a ellos. El comienzo de este libro de los
Hebreos, el primer capítulo, habla de Cristo y los ángeles
y de la relación que existe entre los ángeles y los seres
humanos. Esto lo explicamos ya en el capítulo
II
de este libro.
Téngase presente que el tema general aquí es "el mundo
venidero, acerca del cual estamos hablando", no el mundo
actual, la presente era que se acerca velozmente a su
fin.
Continuemos con el versículo 6: "Pero alguien testificó en
cierto lugar, diciendo ..." Luego viene una cita del Salmo 8,
del versículo 4 hasta la mitad del versículo 6, pero en ese
punto se interrumpe la cita.
En este salmo David siguió mostrando específicamente
que Dios ha sujetado la tierra, la atmósfera (el aire) y el mar
bajo el hombre. Mas el autor de la epístola a los Hebreos
amplía la profecía de David por inspiración agregando algo
radicalmente
diferente,
¡algo que ocurrirá en el mundo veni–
dero!
Este conocimiento revelado del propósito de Dios para el
hombre, del increíble y excelso potencial humano, es algo
arrollador. La ciencia nada sabe de ello, ninguna religión lo
revela, hasta donde yo sepa, y la educación superior lo ignora
del todo. Sin embargo, es lo que Dios tiene preparado para
los que le aman (1 Corintios 2:9-10).
Hemos dicho antes que Dios reveló a nuestros primeros
padres los conocimientos que les eran necesarios, ¡pero ellos
no le creyeron! Cuatro mil años más tarde Jesucristo, el
segundo Adán, vino a la tierra con un mensaje traído direc–
tamente de Dios el Padre en el cielo y que revelaba el mismo
conocimiento necesario. Pero sólo un puñado de personas
creyeron lo que Él dijo, si bien muchos decían "creer en Él"
(ver Juan 8:30-31, 37-38, 40, 45-46).