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El misterio de los siglos
resistencia, pero seguía girando a la derecha. Instantánea–
mente, apliqué todas mis fuerzas para contrarrestarlo y con–
tinuar hacia adelante. Fue inútil. Una fuerza invisible hacía
girar el timón contra todas mis fuerzas. El automóvil había
dado vuelta a la derecha una cuadra al oriente de la casa del
lisiado.
Sentí miedo. Jamás había experimentado algo igual. De–
tuve el automóvil. No sabía qué pensar. En la calle Foster
había mucho tráfico y ya no podía meterme allí en reversa.
"Bueno", pensé, "seguiré hasta el final de esta cuadra y
allí puedo dar una vuelta a la izquierda para volver a la calle
Foster''. Mas al final de la cuadra, vi que la calle solamente
seguía hacia la derecha. No había calle hacia el oriente. Para
regresar a la calle Foster me vi obligado a pasar frente a la
casa del lisiado.
"¿Será que algún ángel dio vuelta al timón para traerme
aquí a la fuerza?", me pregunté. Un poco tembloroso, decidí
entrar para salir de dudas.
Encontré al hombre afectado por un envenenamiento de
la sangre. La raya roja se acercaba al corazón.
Les referí lo que me había sucedido. Luego agregué:
-Ahora sé que Dios envió un ángel para hacerme venir
aquí. Creo que Dios quiere que ore por usted, que Él lo sanará
del envenenamiento para mostrarle su poder y que le dará
una oportunidad
más
de arrepentirse y mostrarse dispuesto
a obedecer su ley. Si lo hace, le enderezará la columna y lo
sanará completamente. Si lo desea, oraré por usted y le pediré
a Dios que lo sane del envenenamiento. Mas
no pediré
que
lo sane de la columna hasta que se haya arrepentido y esté
dispuesto a obedecer lo que usted vea que Dios le orde-
na.
Estaban desesperados. Probablemente le quedaban sólo
unas 12 horas de vida. Ya no estaban bromeando ni hablando
de "lo bien que lo pasaban" en
las
reuniones pentecostales.
Querían que yo orara.
Yo no era ministro ordenado, por lo cual no lo ungí con
aceite. Nunca en mi vida había orado en voz alta delante
de
otros. Les expliqué este hecho y les dije que me limitaría a
poner
las
manos sobre el enfermo y orar en silencio, pues no
quería sentirme incómodo orando en voz alta por primera