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Capítulo VIII
EL OCTAVO MANDAMIENTO
V
IVIMOS
en una sociedad
enferma
y
a punto de morir.
Ya no
sabemos cuáles son las virtudes auténticas. Nos hemos
desmembrado de Dios. Como ya lo vimos en los capítulos
previos de este libro sobre los Diez Mandamientos de Dios, la
obediencia a la ley divina es
EL CAMINO
que lleva a la
paz,
la
felicidad,
y
la
vida abundante.
Pero con nuestra cada vez más palpable desobediencia a las
leyes vivientes de Dios, estamos sufriendo los efectos en lo físico y
también en lo espiritual. En la Ley de Dios,
lo más importante
es
nuestra
CORRECTA
relación con el Creador- relación que cubren
los primeros cuatro mandamientos - y la protección
del hogar,
la
familia
y la vida
humana en sí
-
que cubren los tres siguientes
mandamientos.
La rebeldía de la mente humana se manifiesta en la forma
como las leyes humanas han
invertido
este orden de importancia.
En la hora presente los libros de estatutos contienen más leyes
para proteger la propiedad que para proteger la vida humana, el
hogar y el verdadero culto a Dios.
Es cierto que no es dado a los seres humanos ni a los tribuna–
les de hombres el legislar sobre la auténtica veneración al Dios
viviente. Con todo, la espantosa
REALIDAD
es que en nuestra
sociedad moderna la carencia de respeto o culto al Todopoderoso
difícilmente se cuenta como pecado en la opinión pública.
¡Y este pecado de
REBELIÓN
es la raíz de muchos otros
pecados!
Y así - a pesar de la multitud de leyes para proteger la
propiedad - los hombres,
DESMEMBRADOS
del verdadero Dios,
ladinamente están cometiendo robos, en formas por demás tortuo–
sas,
como nunca en la historia de la humanidad.