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EL NOVENO MANDAMIENTO
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En el campo de la industria y los negocios, calcule el gran
beneficio que traería al público el que cada compañía díjese real–
mente la
VERDAD
acerca de sus propios productos y honradamente
buscase
servir
al consumidor según sus necesidades. Los resultados
de tal honradez serian literalmente
ASOMBROSOS.
¡Imagínese una sociedad donde cada marca de pasta para los
dientes y cereales para el desayuno, por ejemplo, fuese no simple–
mente una imitación o ínnecesaria variación de otro, sino lo único
y
MEJOR
de su particular especie, justamente cotizado y
veraz–
mente
anunciado! Aplique usted esto a cada fase de la sociedad y
tendrá algo muy cercano a la
UTOPIA.
Pero esto
NO
es una sugestión de ensueño o fantasía. Es
simplemente la
BENDICIÓN
que sobrevendría si la sociedad por
entero real y literalmente
obedeciera
el noveno mandamiento de
Dios.
Si usted ha de vivir
por siempre
en la sociedad de Dios, El,
quien le da vida y aliento, le
MANDA
esto:
"Dejad la mentira,
hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros
los unos de los otros"
(Efesios 4:25 ).
Las
bendiciones ilimitadas
que resultarían de la obediencia a
esta sempiterna ley de Dios traspasan los límites de la imagína–
ción.
Cada
pizca de propaganda,
cada
fragmento de noticia en los
periódicos,
cada
anuncio de cualquier producto,
cada
trato comer–
cial,
cada
conversación personal - todo
estaría basado en la
VERDAD.
Jesucristo indícó de qué forma habría de operar esta ley
viviente para
bendecir
a quienes le obedecieran del todo:
''Y
cono–
ceréis
la
VERDAD,
y
la verdad os hará
LIBRES"
(Juan 8:32).
Aplique el noveno mandamiento
a su vida
La raíz fundamental de todo pecado es la
VANIDAD.
"Vanidad
de vanidades, dijo el Predicador; vanidad de vanidades,
TODO
vani–
dad" (Eclesiastés 1:2).
La mayoría de los hombres rechazan al Dios verdadero porque
quieren ser "dioses" ante sus propios ojos y ante los ojos de sus
semejantes. Y eso es
vanidad.
Todo pecado cometido por el hombre tiene sus raíces origina–
les en este principio. Y lo mismo sucede con
toda forma de men–
tira.
Los hombres
MIENTEN
porque les concierne más la estimación