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La llave maestra de la profecía
frente a sus enemigos. Por dondequiera que salían, la mano
del Eterno estaba contra ellos para mal, como el Eterno se lo
había dicho y jurado; y tuvieron gran aprieto" (Jueces
2:10-15).
Así pues, exactamente como había advertido Dios en los
versículos 14-17 de Levítico 26, Él les trajo terror y sembraron
su semilla en vano porque sus enemigos se la comieron. Dios sí
puso su rostro contra ellos.
La Palabra de Dios
ES FIEL.
¡Qué lástima que ni los
individuos ni las naciones estén dispuestos a creerlo!
Pero ese no fue el final: Dios es misericordioso y
perdonador, y les dio una oportunidad tras otra. La historia
sigue en el libro de los Jueces: "Y el Eterno levantó jueces que
los librasen de mano de los que les despojaban; pero tampoco
oyeron a sus jueces, sino que fueron tras dioses ajenos, a los
cuales adoraron; se desviaron muy pronto del camino ..."
(Jueces 2:16-17).
Esto ocurrió repetidas veces. Cuando quedaban someti–
dos bajo el yugo de otra nación, clamaban a Dios para que los
librara. Pero cada vez que Dios mandaba un juez y éste los
salvaba, el pueblo se apartaba de nuevo. Tan pronto como las
cosas empezaban a marchar bien, los israelitas se dedicaban
nuevamente a la idolatría.
¿Eran ellos tan distintos de nosotros? La mayor parte de
nosotros sólo buscamos a Dios cuando estamos en apuros,
cuando
nuestros
intereses nos obligan a acudir a ÉL
Hasta ese momento el pueblo había murmurado, le había
faltado fe, había contrariado a Dios, pero seguía recono–
ciéndolo como su único gobernante. Aunque no confiaba en Él
ni le obedecía, tampoco reconocía a ningún otro gobernante.
Rechazan a Dios como rey
En tiempos de Samuel el pueblo llegó a rechazar a Dios aun
como gobernante nacional civil, y exigieron un rey humano a
imitación de los pueblos gentiles
(1
Samuel 8:1-7). Esto
ocurrió probablemente hacia fines del año 1112
A.c.
Rechazar a Dios como gobernante fue el pecado más
grande. Hasta entonces lo habían reconocido y no habían
tenido ningún otro rey. Parece que estos fueron los años de
pecado máximo, los que acarrearon el castigo de Dios.