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El misterio de la civilización
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Mas para lograrlo, la humanidad tendrá que tomar su
propia decisión. El querubín Lucero escogió un camino de
actuar y de ser que llevaba en la dirección diametralmente
opuesta. El primer hombre tenía que decidir: aceptar el
camino del propósito de Dios y seguir por él, o aceptar el
camino satánico de la autoconfianza, que llevaba en la direc–
ción contraria. Adán optó por arrogarse la facultad de decidir
entre el bien y el mal. Comenzó su familia humana confiando
en sí mismo para el bien en el plano humano, entremezclado
con el mal, y confiando en sí mismo no solamente para el
conocimiento del camino sino para la solución de todos los
problemas que pudieran surgir. Rechazó el conocimiento es–
piritual que proviene de Dios y se negó a confiar en Dios para
recibir el poder que le permitiría seguir el camino de la
utopía.
El hombre construyó su mundo sobre la autosuficiencia,
sin Dios.
Dios instauró un plan maestro de 7.000 años para cum–
plir su propósito. Durante los primeros 6.000 años permitió
que Satanás siguiera en el trono de la tierra. El Creador
dispuso que el hombre aprendiera su lección y llegara a
aceptar el camino y el carácter de Dios voluntariamente.
La humanidad lleva casi 6.000 años escribiendo esa lec–
ción; sin embargo ahora, cuando este mundo toca a su
fin,
aún no la ha aprendido. Todavía no ha abandonado su propio
camino egocéntrico ni ha aceptado el de Dios, que le traería
suma felicidad. Dios está permitiendo que la ley de causa y
efecto se cumpla inexorablemente. La sociedad del hombre,
engañada y desorientada por Satanás, todavía no llega a
reconocer el fracaso de la autosuficiencia humana.
Hoy el mundo del hombre está tambaleando.
La
guerra,
la violencia, la destrucción y el terrorismo inundan el globo.
Media humanidad vive sumida en la ignorancia, el analfabe–
tismo, la pobreza, la suciedad y la miseria. El mundo indus–
trializado sufre enfermedades, tensiones, temores y frustra–
ciones. Está acosado por el crimen, el alcoholismo, la
narcomanía, las perversiones sexuales, los hogares destruidos,
la desesperanza y el dolor.
La humanidad está en las últimas. Pero aun así, Dios no
intervendrá para salvar al hombre rebelde de las consecuen-