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El misterio de los siglos
Santo de Dios
NO PUEDE RESOLVER LOS PROBLEMAS Y MALES
DE LA HUMANIDAD.
Durante los últimos 20 años he hablado con muchos jefes
de gobierno en Europa, Asia, África y Suramérica. En los
países comunistas me parece que los jefes de gobierno espe–
ran que el comunismo resuelva todos los problemas y los
males del mundo. Y en otros países parece que los dirigentes
esperan que el capitalismo y la democracia hagan otro tanto.
Pero muchos reyes, emperadores, presidentes y primeros
ministros con quienes he hablado en privado comprenden ya
que el hombre es totalmente incapaz de resolver los proble–
mas de la humanidad. Así les he dicho claramente a muchos
dirigentes y jefes de estado en todo el mundo.
Los problemas y males son de índole
espiritual.
Y la
mente camal sin el Espíritu Santo de Dios no puede hacer
frente a los problemas espirituales.
Las
décadas y siglos que transcurrieron en la antigua
Israel
DEMOSTRARON
que es así. Dios le negó a la humanidad
el conocimiento de los
caminos correctos
de vida, hasta el
establecimiento de la nación de Israel. A Israel le dio sus
estatutos y juicios, así como su ley espiritual. Pero sin el
Espíritu Santo de Dios, estas leyes perfectas no resolvieron
los problemas de la nación.
Dios pudo haber dicho sencillamente: "Yo soy Dios.
Créanme". Pero Él
DEMOSTRÓ
por medio de Israel que
SIN
el
Espíritu Santo
EL HOMBRE ES TOTALMENTE INCAPAZ.
Los is–
raelitas podían, incluso, apelar a Dios. Pero no tenían su
Espíritu en ellos.
Quiero recalcar este punto: Cuando Adán rechazó el
árbol de la vida y se arrogó la prerrogativa de determinar
qué es el bien y qué es el mal, su poder y capacidad para
el bien quedaron limitados al nivel de su espíritu humano.
En la naturaleza humana hay bien y hay mal. El bien no
es una acción ñsica o material sino un atributo espiri–
tual.
Si Adán hubiese tomado del árbol de la vida, el Espíritu
Santo de Dios hubiera entrado en él y, uniéndose a su espíritu
humano, habría unido al hombre con Dios como hijo de Dios.
El Espíritu Santo implicaba algo más que el conocimiento
espiritual del bien. No son los oidores de la ley (del bien) los