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El misterio de la Iglesia
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La conversión es algo que sucede en
la
mente, y en
aquella facultad de la mente que llamamos corazón. Esto no
hubiese podido entenderse a menos que se entendiera antes
la composición de la mente humana, tema que explicamos en
el capítulo m. No se podía entender hasta que la Biblia
revelara el conocimiento acerca del espíritu humano en el
hombre y la composición de la mente humana.
Así como la mente humana difiere del cerebro animal por
el espíritu humano que le ha sido agregado, también la
persona conversa difiere de la inconversa por el Espíritu
Santo que ha recibido.
Las facultades de la mente humana y lo que ella es capaz
de producir, ¿en cuánto exceden al cerebro animal? Esta
diferencia señala el abismo que hay también entre la mente
inconversa y la mente convertida y guiada por el Espíritu
Santo.
Nadie recibe el Espíritu Santo sin haberse arrepentido
primero. Es Dios quien otorga el arrepentimiento (Hechos
11:18).
La segunda condición para recibir el Espíritu Santo
es la fe. Esto significa no sólo creer en Dios y en Cristo sino
creer lo que Cristo dijo, como vocero de
la
familia divina.
El arrepentimiento es un cambio en la mente. La tristeza
que es según Dios es algo mucho más profundo que el simple
remordimiento. La tristeza según Dios lleva al arrepenti–
miento. Se trata no sólo del remordimiento profundo por los
pecados cometidos, sino de un cambio total de actitud, de
mente, de rumbo y de propósito en la vida. En realidad, el
arrepentimiento tiene que ver más con la conducta futura que
con la pasada. La sangre de Cristo ha expiado el pasado. El
arrepentimiento no es penitencia, pues nada de lo que haga–
mos puede compensar nuestras culpas. La sangre de Cristo ha
pagado por esas culpas, borrando y limpiando nuestro pa–
sado.
Una persona convertida es alguien que ha experimentado
un cambio o conversión total de su mente. La mente conver–
tida es una en que
la
mente misma de Dios se ha unido a la
mente humana. Dios dice por medio del apóstol Pablo:
"Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en
Cristo Jesús" (Filipenses 2:5). Y en 1 Corintios 2:16 leemos:
"... nosotros [los verdaderos cristianos] tenemos
la
mente de