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El misterio de la Iglesia
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extendió desde Judea hasta las tierras gentiles del norte,
empezó a chocar con los seguidores de las religiones paganas
de Babilonia, Persia y Grecia.
Los apóstoles conocieron a Simón el Mago, dirigente
autoproclamado de una secta que hundía sus raíces en la
religión de los misterios de la antigua Babilonia.
La pretensión de Simón el Mago era comprarse un
puesto de influencia en la Iglesia primitiva. Pedro lo frustró
(Hechos 8), pero otros maestros falsos siguieron su ejemplo.
En sus primeras epístolas, Pablo advirtió a las nuevas
iglesias de Grecia y Galacia que corrían el peligro de seguir
un evangelio diferente, un concepto falso de Cristo y su
mensaje. El evangelio de Cristo se estaba diluyendo a medida
que las enseñanzas de los falsos ministros, con fuerte influen–
cia de las creencias de Babilonia y Persia, se infiltraban
persistentemente en las iglesias.
Durante el siglo primero, los apóstoles estimularon la
fidelidad de los creyentes. Judas, hermano de Jesús, instó a
los miembros a luchar por la fe que una vez fue dada (Judas
3). El apóstol Juan les advirtió que no tuvieran nada que ver
con los portadores de falsas doctrinas (11 Juan 10). Muchos
que se decían cristianos no eran realmente convertidos, pero
en este período todos los que se llamaban cristianos sufrieron
a manos de las autoridades romanas por negarse a adorar al
emperador.
Nerón, un hombre demente, echó
la
culpa del incendio de
Roma en el año 64 a los cristianos y los persiguió salvaje–
mente. Millares sufrieron el martirio.
Poco después, los judíos de Palestina se sublevaron con–
tra las autoridades romanas. Esta rebelión fue sofocada y
Jerusalén quedó destruida en el año 70.
Un pequeño número de cristianos en Jerusalén huyeron
atravesando los montes hasta alcanzar la seguridad de Pella.
Siete eras de la Iglesia
Los capítulos 2 y 3 del Apocalipsis consignan siete men–
sajes a siete iglesias que existían en Asia Menor hacia fines
del primer siglo. Estas iglesias: Éfeso, Esmima, Pérgamo,
Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea, se situaban a lo largo
de una de las rutas postales del Imperio Romano.