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El misterio de los siglos
Los jinetes seguían la ruta llevando sus mensajes de
ciudad en ciudad. Los mensajes a las siete iglesias contienen
palabras de estímulo y corrección, y muestran claramente las
características que predominaban en cada una de esas congre–
gaciones.
Pero estos mensajes iban dirigidos a un público más
grande que el pequeño grupo de cristianos en aquellas pobla–
ciones. Son una serie de profecías extraordinarias que predi–
cen el futuro de la verdadera Iglesia desde su fundación en el
día de Pentecostés del año 31 hasta la venida de Cristo.
La
historia de la Iglesia iba a dividirse en siete eras, cada
una con sus puntos fuertes y débiles y con sus propias
dificultades y problemas. Así como un mensaje recorría la
ruta postal desde Éfeso hasta Laodicea, también la verdad de
Dios pasaría de una era a otra.
Era como una carrera de relevos en que cada uno de los
corredores cumple su parte hasta alcanzar la meta.
En las primeras décadas del siglo segundo ocurrió la
transición entre la era de Éfeso y el pueblo que Dios había
llamado para la era de Esmima.
El mundo perdió de vista a esta Iglesia, débil, perseguida
y rechazada. En su lugar surgió, de la neblina del siglo
perdido, una iglesia que se extendió cada vez más, pero que
al mismo tiempo se iba alejando del evangelio que Jesús
enseñó.
La
persecución siguió en distintas épocas bajo los roma–
nos hasta el siglo cuarto, cuando Constantino dio su recono–
cimiento a
la
iglesia degenerada de aquel período y ésta se
instituyó como religión oficial del imperio.
Pero la iglesia que él reconoció ya era muy distinta de
aquella que Jesús había fundado. Las doctrinas y enseñanzas
que Jesús había transmitido a sus apóstoles estaban sepulta–
das entre los ritos, ceremonias y misterios de una iglesia que
se había arrogado el nombre de Cristo. Era en esencia la re–
ligión babilónica de los misterios que ahora se decía cristiana,
que aceptaba la doctrina de
la
gracia pero que la convertía en
libertinaje. En otras palabras, era la antigua religión de los
misterios con un nuevo disfraz: el "cristianismo".
Una vez reconocida por Constantino, esta iglesia se lanzó
con nuevos bríos a la predicación de su mensaje. Sus maes-