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La
revelación de los siete misterios
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El negocio ae deshace
Luego vino la depresión repentina de 1920. No fue prolon–
gada, pero sí desastrosa durante ese año. Mis principales clien–
tes se dedicaban a la fabricación de tractores, implementos
agrícolas y otros. Todos mis grandes clientes, entre ellos empre–
sas como la
Goodyear Tire
&
Rubber, J.
l.
Case, Moline Plow,
John Deere and Company
y
Dalton AddingMachine Company,
estaban intervenidas. Uno de mis conocidos en el mundo de los
negocios, presidente de una gran empresa, se suicidó. Mi nego–
cio se deshizo entre mis manos por motivos que no eran culpa
mía y por fuerzas que yo no podía controlar.
En Portland, Oregón, adonde me trasladé con mi familia,
establecí un servicio de publicidad para lavanderías. La in–
dustria de las lavanderías ocupaba el decimoprimer lugar en
el país en volumen de transacciones, pero al mismo tiempo
era la más atrasada. Uniéndome con un experto en eficiencia,
que era uno de los mejores del país en su ramo, empecé a
recibir sólo aquellos clientes que nos permitieran establecer
una nueva eficiencia en sus negocios, tanto en la calidad del
servicio de lavandería como en los métodos comerciales. Yo
supervisaba esto personalmente y pude hacer promesas en
mis avisos publicitarios sabiendo que mis clientes cumplirían.
Pero en 1926 una agencia publicitaria de escala nacional
vendió a la Asociación Nacional de Propietarios de Lavande–
rías un contrato para publicar grandes avisos en las revistas
femeninas.
La
Asociación pudo obligar a cada miembro a
comprometer aproximadamente el 85 por ciento de su presu–
puesto de publicidad en ese negocio. Cuando me enteré, el
negocio estaba hecho. Yo había estado duplicando y tripli–
cando el volumen de ingresos de mis clientes. Mi negocio iba
en auge. Ahora, por segunda vez, un negocio de gran éxito se
desintegraba en mis manos por causas fuera de mi control.
Mas había una razón: Dios me estaba quitando mi nego–
cio de publicidad.
Dos desafíos Inquietantes
En el otoño de 1926, a la edad de 34 años, el techo
pareció desplomarse sobre mí. ¡Me vi asediado por dos desa–
fíos inquietantes!