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Los ángeles
y
los espíritus malignos
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existía la MATERIA. Dios es espíritu; se compone de espíritu.
Él existió antes de TODO y es el CREADOR de todo. Los ángeles
fueron creados antes de la tierra. La revelación de Dios da a
entender claramente que antes de la creación original de la
tierra no existía la materia, que todo el universo
físico
se creó
al mismo tiempo.
El propósito de los ángeles
El potencial de los ángeles, pues, era regir el universo,
perfeccionar y acabar los miles de millones de planetas que
rodean a las incontables estrellas, muchas de las cuales son
SOLES. El sol de nuestro sistema solar es apenas de tamaño
mediano. Muchas de las estrellas que vemos son en realidad
soles muchísimo más grandes que el nuestro. Nuestro sistema
solar, de un tamaño que trasciende la imaginación, es sólo
una
parte
de nuestra galaxia. ¡Y hay muchas galaxias! En
otras palabras, el UNIVERSO FÍSICO creado por el Dios todopo–
deroso ¡es de una inmensidad inimaginable! ¡CUÁN GRANDE ES
EL GRAN DIOS!
Él quiso que los ángeles desempeñaran un papel esencial
en la creación final del universo. (Pero es posible que Dios no
les haya revelado entonces a los ángeles cuál era su grandioso
potencial, pues la tercera parte de ellos se dispuso a tomarlo
por la fuerza, sin haberse capacitado primero.)
Para cumplir este gran propósito, Dios estableció su
gobierno en la tierra sobre los ángeles y puso a cargo de su
administración al superarcángel Lucero.
Recuérdese que aun los santos ángeles y arcángeles, entre
ellos el querubín Lucero, estaban necesariamente dotados de
la facultad de pensar, razonar, formar actitudes, tomar deci–
siones y elegir.
Como ya se ha explicado, Dios le dio a Lucero todas las
ventajas. Era el sello de la sabiduría, la hermosura y la
perfección. Era PERFECTO en todos sus caminos desde el
momento de su creación hasta que se encontró en él MALDAD:
rebeldía e iniquidad (Ezequiel 28:15).
Había adquirido capacitación y experiencia en la admi–
nistración del GOBIERNO DE DIOS aliado del trono del VASTO
UNIVERSO. Fue uno de los dos querubines cuyas alas cubrían
el trono del Altísimo (Ezequiel 28:14; Éxodo 25:20).