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EL SEGUNDO MANDAMIENTO
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- y hasta los exhiben en sus hogares. Pero, ¿qué dice la Sagrada
Biblia acerca de tales cuadros?
En primer lugar, es obvio que el segundo mandamiento clara–
mente prohibe el uso de cualquier cosa que represente a Dios o que
pueda llegar a ser objeto de adoración. Y puesto que Cristo es Dios
(Hebreos 1:8), ¿no es lógico pensar que este mandamiento
prohibe
directamente
el uso de cualquier imagen o semejanza de su per–
sona?
No obstante, como siempre habrá algunos que intentarán
"razonar" acerca de este punto, es necesario estar apercibidos de
que las imágenes comúnmente aceptadas como de Cristo no tienen
similitud alguna
con la apariencia del verdadero Jesucristo. Jesús
- en los días de su carne - fue un judío (Hebreos 7:14), y es
innegable que las facciones que muestran estas falsas imágenes
¡no
son
las de un judío!
Como el Verbo de Dios que era, Cristo inspiró al apóstol Pablo
a escribir: "La naturaleza misma ¿no os enseña que al varón le es
DESHONROSO dejarse crecer el cabello?" (1 Co. 11:14). Sin
embargo, las imágenes que el mundo usa, invariablemente mues–
tran un hombre con cabello largo, de facciones suavemente feme–
ninas, mirada sentimental y con un aire de falsa santidad, ¡que en
nada concuerdan con la descripción bíblica del verdadero Mesías!
La apariencia de Jesús era de absoluta
masculinidad.
En
juventud fue carpintero - trabajaba al aire libre. Y la mayor
parte de su tiempo lo pasó al aire libre, aún durante su ministerio.
El rostro de Jesús debe haber tenido una apariencia un tanto
rugosa y quemada por el sol. Definitivamente NO tenía aspecto
afeminado, sino que usaba PELO CORTO, aunque es posible que
llevara barbas. No tenía rasgos hermosos o aristocráticos, sino que,
como El mismo inspiró a Isaías para describir su apariencia
humana: "no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos más sin
atractivo para que le deseemos" (lsaías 53:2).
Como humano, Jesús, a la joven edad de treinta años, era un
judío normal, rebosante de salud, y quizás de apariencia un tanto
ordinaria, que predicó, con gran celo y convicción, el mensaje del
futuro Reino de Dios que ya muy pronto GOBERNARÁ toda la
Tierra.
Sin embargo, si hemos de pensar en la apariencia de JEsús,
debemos de hacerlo, al menos en términos generales, conforme a su
aspecto actual, según El mismo se describe en Apocalipsis 1:13-16.