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LOS DIEZ MANDAMIENTOS
hombres, al parecer, se imaginan. Semejante idea es una horrenda
herejía. La obra de Dios es la obra de salvación, y ningún hombre
es castigado o privado de la vida, excepto por su propia y expresa
voluntad.
La falsa idea de que Dios arbitrariamente "maldice" a los
mortales, ha sido incrustada en la mente del hombre precisamente
por su propia profanidad de lenguaje. ¡Es una aserción blasfema y
un libelo sobre la naturaleza y carácter de Dios! La palabra del
Omnipotente truena hoy en nuestros oídos condenando tal prác–
tica cuando exclama: "¡No tomarás el nombre del Señor tu Dios
en vano!"
Una forma similar de tomar el nombre de Dios en vano es el
hábito que tienen muchos de decir cuentos o chistes en los que el
nombre de Dios se usa frívolamente o a la ligera. Debemos evitar
tales cuentos o dichos con el mismo pavor con que huiríamos del
fuego del infierno. Quienes usan el nombre de Dios de manera tan
frívola se roban a sí mismos ese profundo sentimiento de venera–
ción y reverencia a Dios, sin el cual no hay real adoración en
espíritu y en verdad.
Dios dice: "A aquel miraré, que es pobre y humilde de espíritu,
y que
TIEMBLA
ante mi palabra" (lsaías 66:2). La misma cosa
puede decirse acerca del profundo respeto y piadoso
TEMOR
que
debemos de tener por el nombre de Dios - el cual representa
directamente el carácter de Dios, su Palabra, y sus propósitos.
¿Debe usted jurar?
Los hombres en la actualidad están acostumbrados no sola–
mente a juramentos profanos o a invocar el nombre de Dios para
respaldar sus juramentos, sino que también en muchas ceremonias
legales de algunos paises se invoca el nombre de Dios en forma de
juramento o voto.
Jesucristo dijo: "No juréis en ninguna manera; ni por el cielo,
porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de
sus pies; ni por Jesusalén, porque es la ciudad del gran Rey"
(Mateo 5:34-35). El nombre de Dios es tan sagrado y
SANTO,
que
se nos manda no invocarlo para realzar o respaldar nuestras pala–
bras o nuestros juramentos.
Y en realidad, como todos debiéramos saber, la simple afirma–
ción o palabra formal de un cristiano temeroso de Dios es más de
fiar que diez mil juramentos dados por algún siervo del infierno en