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EL SEXTO MANDAMIENTO
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patrones de algunas industrias han obligado a sus empleados a
trabajar bajo ciertas condiciones, o con determinado equipo, o un
número exagerado de horas, A SABIENDAS de que un cierto porcen–
taje de VIDA humana donada por Dios seria sacrificada en sus
operaciones mercantiles, por el afán de ganar más dinero. Aquellos
que piensan que este es un homicidio "respetable" tendrán un
abrupto despertar ante la impasible luz del juicio imparcial de
Dios.
Por su parte, los empleados modernos se han abanderizado en
movimientos sindicales. Ellos, como los patrones - literalmente
han cometido HOMICIDIO para conseguir lo que se proponen o para
obtener todavía más de lo que Dios describe como "ganancia
deshonesta". Para todos aquellos que leen y entienden, solamente
haremos eco de las palabras de Jesús:
"El que tiene oídos para oir,
oiga".
Otras violaciones personales
Hay centenares en nuestra sociedad
que atentan contra sus
vidas.
Pero esto, también, es
violación
al sexto mandamiento. Es
DIOs quien da la vida - y ningún hombre tiene el derecho de
poner fin a esa vida donada por Dios, ni siquiera aquel a quien Dios
se la confio como administrador de la misma. Porque el que tal
hace rehusa cumplir el propósito para el cual fue creado - y en
efecto el cometer suicidio es una de las formas más intensas de
vituperar y BLASFEMAR al Creador mismo.
La nueva psicología de complacer al "ego" arrastra al hombre
a otras formas de
homicidio. Millares
de jovencitas cada año
cometen crímenes, contra Dios y el hombre, que son más graves de
lo que quizás muchas de ellas suponen. Queriendo evadir responsa–
bilidades o cubrir su vergüenza, incontables mujeres intencional–
mente
apagan la vida
del hijo aún no nacido que llevan en el seno.
A dicha práctica le llaman
provocación de abortos,
lo cual a la
vista del Todopoderoso que dio esas pequeñas vidas, no es más que
consumado HOMICIDIO.
Lo que llaman "muerte por piedad", no es sino la simple
resurrección de una práctica pagana muy antigua. Esta aprueba el
"homicidio" médico de los pacientes que sufren enfermedades incu–
rables o dolores muy agudos.
Pero, una vez más, los hombres que abogan por tales prácticas
han dejado a DIOs
completamente fuera de la escena.
No se