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¿Qué es FE?
19
¡Sólo los que continúan pecando están bajo la ley! Y los
que, mediante arrepentimiento, obediencia y fe se apartan
de su desobediencia, y, por medio de la fe, guardan la ley,
¡son los
únicos
que están bajo la gracia!
El espejo espiritual de Dios
¡Entendamos, pues, de una vez por todas, este impor–
tante asunto! La Biblia dice: "Por las obras de la ley
ningún ser humano será justificado delante de Dios". No,
efectivamente no. Este texto de la Sagrada Escritura es
cien por ciento veraz, y no hay contradicción en él. Usted
no puede ser justificado por las obras de la ley - ¡de
ninguna manera!
¿Por qué? La parte final del mismo texto le da la
respuesta - (¿a eso se debería que nunca la citan la
mayoría de los predicadores?). Hela aquí: "Porque por
medio de la ley es el conocimiento del pecado" (Romanos
3:20).
El propósito de la ley no es perdonar, justificar, lavar
o limpiar. ¡Eso sólo puede hacerlo la sangre de Cristo! El
pecado es la transgresión de la ley- ¡ni más ni menos! El
propósito de la ley es decirnos lo que es pecado - definirlo
- revelarlo, a fin de que el hombre cese de practicarlo.
Para todas las mujeres debiera ser fácil entender esto.
Casi todos los bolsos de mano femeninos contienen un
pequeño espejo. Su dueña sabe para qué sirve. De tiempo
en tiempo ella lo saca del bolso y furtivamente se mira el
rostro. Algunas veces el espejo revela manchas o partículas
de polvo. Y con toda verdad pudiéramos decir: "Ninguna
cara sucia se limpia mediante el uso de estos espejitos".
Las mujeres entienden lo que queremos decir. Pero, ¿acaso
tiran ellas sus espejos porque éstos no sirven para lavar sus
rostros? ¡Claro que no! ¡Qué absurda parece tal pregunta
cuando se aplica a un caso material! Y si les preguntamos
por qué sus rostros no se lavan mediante el uso de los
espejos, ellas bien podrían responder: "porque la misión
del espejo es
indicamos que el rostro está sucio".
La ley de Dios es su espejo espiritual. Cuando "nos
miramos" en ella, podemos ver la inmundicia de nuestros
corazones. Pero con sólo mirar la ley, o guardarla, ni una