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Las siete leyes del éxito
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recorte era de un periódico de San Mateo, California, en el
cual se notificaba su muerte acaecida en ese suburbio de San
Francisco.
Después de leerlo, se lo devolví.
-Seguramente usted querrá conservarlo -le dije-.
Debe ser de gran valor para el banco.
-No -me respondió-. Si usted conoció al Sr. Rey–
nolds, puede quedarse con el recorte.
En esa forma obtuve de ese gran banco quizá lo único que
quedaba de la memoria del más importante de sus presiden–
tes. Su "éxito" no fue duradero y ya nadie se acordaba de
él.
Durante su vida activa, el Sr. Reynolds aplicó las seis
primeras leyes del éxito. Sin embargo, cualquier éxito que él
haya logrado fue pasajero. Aunque acumuló dinero, contó con
una buena porción de acciones bancarias, poseyó una
magnífica residencia y fue considerado como un hombre
importante mientras vivía, ¡todo su "éxito" murió con él!
El otro gran banquero fue John McHugh. Lo conocí
cuando era presidente de un banco en una ciudad del interior
del país. En 1920 tuve una interesante conversación con él
durante la convención de la Asociación Americana de Ban–
queros. Para ese entonces él ya era presidente de un banco
bien conocido de Nueva York. Poco después, la unión de
varios bancos neoyorquinos lo colocó en una posición dos
veces mayor que la del presidente del banco más grande del
mundo en aquella época. Sin embargo, 36 años después,
cuando pregunté por él en ese banco, la respuesta fue la
misma: "¿Quién fue? Nunca hemos oído hablar de él". Su
"éxito" no le sobrevivió.
Hay, sin embargo, un éxito que
¡perdura!
Otro caso de "éxito"
He tenido el privilegio de conocer a muchos de los
grandes hombres y de los casi grandes, especialmente del
medio financiero. He tenido trato con capitalistas multimillo–
narios, jefes ejecutivos de grandes compañías, ministros de
gobierno, autores, artistas, conferencistas y rectores de
universidades.
Para la mayoría de ellos, el éxito significaba la adquisi-