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Las siete leyes del éxito
ción de dinero y bienes materiales, así como el ser reconocidos
como gente importante.
Uno de los personajes importantes que conocí fue Elbert
Hubbard, filósofo, escritor prolífico, editor, conferencista y
conocido como un hombre sabio. "El Fray", como él mismo se
tildaba algunas veces, se hizo famoso. Usaba una cabellera
semilarga, bajo un sombrero grande y un corbatón. Se decía
que contaba con medio millón de dólares; hoy esa cantidad
equivaldría a varios millones.
Publicaba dos revistas:
El Filisteo
y
El Fray,
las cuales
casi llenaba con escritos propios. Se jactaba de poseer el
vocabulario más extenso desde el tiempo de Shakespeare.
Publicó
Una Biblia Americana
que escandalizó a muchos
religiosos, aunque él les explicó que la palabra "biblia"
simplemente significa "libro", sin implicar necesariamente
escritos
sagrados,
a menos que fuera precedida de la palabra
"santa". Su "biblia" consistía en composiciones selectas
escogidas por él, entre las cuales se encontraban escritos de
varios escritores norteamericanos influyentes ... ¡incluso
Hubbard, por supuesto! Casi la mitad del libro contenía sus
propias obras y el resto era una colección de las de otros
escritores.
Hubbard no era víctima de complejos de inferioridad, y la
filosofía que predicaba era
positivista.
Poseía una perspicacia
y una sabiduría singulares para las cosas puramente materia–
les, además de una comprensión profunda de la naturaleza
humana.
Sabía que los hombres "importantes" codiciaban la
lisonja, tanto como los actores el aplauso. Una gran parte de
su fortuna la había ganado escribiendo una serie casi
interminable de folletos bajo el título de
Pequeños viajes a las
casas de los grandes y los casi grandes.
Eran impresos en un
estilo único en su propia imprenta. Gran número de norte–
americanos ricos y famosos le pagaban enormes sumas para
que los ensalzara en su inimitable estilo literario.
Una información interesante sobre el concepto que el Sr.
Hubbard tenía del éxito, le salió espontáneamente un domin–
go en la tarde mientras charlábamos en su hospedería en la
ciudad de Aurora Oriental, Nueva York.
-Una vez le pregunté a un ministro unitario -le dije al